Hoy voy a iniciar una nueva entrada en mi blog personal sobre el naturismo cristiano. En entradas anteriores, había comentado que esto del naturismo cristiano no es realmente algo importante. Con esto quiero decir que no es una doctrina nueva. Se que esto no es para todos. Pero, por alguna razón, para mí lo es. Para aclarar por qué yo lo considero importante, voy a compartir una anécdota de mi niñez, a la que llamo el día que perdí la inocencia. Quizás alguno de ustedes pueda identificarse con este recuerdo mío.
Era un día de verano,
particularmente caluroso. No recuerdo qué edad tenía, pero estoy hablando de
uno de mis primeros recuerdos conscientes. Calculo que tenía menos de cinco
años, cuatro tal vez. Yo estaba en mi casa y ese día me tocaba bañarme. Yo no
era fanático de bañarme; es más, si podía, lo evitaba. Pero mi madre, para
evitarse los berrenches que hacía cada vez que tenía que bañarme, tenía su
estrategia. Ella sabía que me gustaba mucho jugar con barcos. Entonces, en la
tina de baño colocaba mis barcos de juguete y así yo ya no protestaba por
bañarme.
Pues bien, ese día en
particular, en mi casa había muchos niños en la sala. No es que fueran visitas,
ya que en aquellos tiempos era común que los niños de otra familia fueran a mi
casa y se pasaran todo el día. Yo y mis hermanos hacíamos lo mismo en otras
casas. Eran otros tiempos de mayor convivencia. Calculo que había unos diez
niños, considerando mis hermanos y los niños ajenos.
Continuando, cuando mi
baño estuvo listo, mi madre me llevó al baño, me desnudó y me dijo que me
bañara. Yo listo, pero cuando vi la bañera, no estaban allí mis barcos. Eso no
era parte del trato, así que yo fui por ellos. Es decir, me salí del baño así
como andaba: desnudo. Ni siquiera lo pensé. Estando fuera, ahora en la sala,
grité: "Mamá". En eso, los niños voltearon hacia donde yo estaba y
vieron que estaba desnudo. Recuerdo que una de las niñas mayores gritó:
"Está desnudo" y empezó a carcajearse. Los otros niños la siguieron,
y apuntaron el dedo hacia mí y me hicieron burla.
Mi mente de niño no
comprendía lo que estaba pasando. Yo quedé como congelado por un tiempo que
consideré una eternidad. No sabía qué hacer, no entendía lo que estaba pasando.
En cierto momento, en mi desesperación, huí. No por la ruta más corta, que era
meterme de nuevo al baño, sino que huí hacia mi recámara. Mis recuerdos se
borran aquí. No sé qué más pasó. Pero ese día, el mundo me enseñó que la
desnudez era algo vergonzoso.
Este pasaje en particular
fue uno de los momentos más bochornosos de mi niñez. Yo me volví extremadamente
introvertido. Desarrollé un sentimiento de vergüenza para todo. No me gustaba
hablar y se me hizo difícil hacer amigos. Este sentimiento lo llevé hasta los
primeros años de mi adultez. ¿Cómo un momento tan insignificante puede
marcarnos tanto?
No quiero hacerme
"la víctima". No hay víctima ni victimarios. Los niños que se
burlaron de mí estoy seguro de que ni siquiera comprendían lo que hacían, ya
que los mayores tendrían acaso diez años. Ellos simplemente estaban reflejando
la educación que les habían dado en sus familias. Era parte de su aculturación.
Para ellos, la desnudez es algo objeto de burla, digno de oprobio. Y ellos
hicieron eso.
Por eso creo que es
importante revalorar nuestros fundamentos culturales y exponerlos a la luz de
la verdad. ¿Por qué prohibir lo que Dios no prohíbe? La Biblia no condena la
desnudez. Considero que es hora de revisar nuestras creencias y valores, y liberarnos
de las interpretaciones erróneas y las tradiciones que nos han alejado del
verdadero espíritu del cristianismo.
Es hora de sacudirnos las
cargas que nos han impuesto los 'intérpretes de la ley' y volver a la esencia
del mensaje de Jesús: el amor, la compasión y la aceptación. Al hacerlo,
podremos vivir en mayor armonía con nosotros mismos, con los demás y con Dios.
Con esta serie en mi blog
sobre el naturismo cristiano, busco reflexionar críticamente sobre nuestra
cultura y su relación con la fe, poniendo la mirada en las enseñanzas de Jesús
como referencia. Mi objetivo es explorar cómo nuestra cultura ha influido en
nuestra interpretación del evangelio, y cómo hemos desviado del propósito
original del mensaje de Jesús. Quiero invitar a mis lectores a un diálogo
reflexivo y honesto sobre la intersección entre la fe y la cultura.
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