¿Hacia dónde va la ciencia?
Gerardo Soto Herrera
Académico del
CNyN-UNAM
Basado en: Alejandro Margetic, ¿Hacia
dónde va la ciencia? Perspectivas estrábicas para un análisis de la
tecno-ciencia, Perspectivas Metodológicas 3 (2003)
https://doi.org/10.18294/pm.2003.587
Mucha gente de la
actual generación cree con vehemencia que el progreso de la ciencia tendrá que
lograr el progreso de toda la vida material. Para cada cambio buscamos su
ayuda, pensando que el éxito pertenecerá a aquellos que se convierten en amigos
de la ciencia. Debemos preguntar: ¿Puede la ciencia, en sí misma, resolver los
problemas de pobreza y hambre? ¿Con la ciencia se puede prevenir la locura que
prevalece en las redes sociales? ¿Puede la ciencia combatir el analfabetismo,
la superstición y las costumbres y tradiciones degradantes?
Algunos de
nosotros ya sabemos que no solo hay progreso en la ciencia. También hay
retroceso. La confianza ciega y muda en el progreso de la ciencia como remedio para
todo se ve obstaculizada por los recuerdos de Hiroshima, Chernobyl y Fukushima,
entre muchos otros. El argumento positivista dirá que la ciencia no ha hecho
más que generar conocimiento y que su uso no es su responsabilidad. El
positivismo asume que la ciencia es ajena a todo conflicto y discusión
ideológica. Raramente la ciencia es presentada como una realidad socialmente
construida y determinada históricamente. Por lo tanto, la dirección que toma
puede ser señalada por la voluntad humana. Desafortunadamente, el control de la
ciencia ha sido subyugado a los intereses de los poderes políticos y
económicos. A nivel global, los gastos para la investigación de carácter
militar son más altos que los dedicados a la ciencia pura, pero también a los
de la investigación industrial. Aunque la intervención ejercida sobre la investigación
es muy indirecta no ha presentado un impedimento para que la orientación
general de la investigación fundamental haya pasado de los científicos al
control del estado. Un ejemplo claro es hoy en México: un nuevo rumbo para la
ciencia mexicana dictado desde la presidencia. Bajo estas premisas, la ciencia
no puede analizarse como un mero conjunto de metodologías estandarizadas en
busca de la verdad y el conocimiento.
Sin embargo, no
es solo el estado el que interviene en el desarrollo científico, sino ya
agentes privados. Sin ser secreto para nadie, la influencia de las empresas
multinacionales apostando económicamente al desarrollo tecnológico es cada vez
mayor, con lo que el conocimiento se convierte rápidamente en mercancía, y los
científicos en proletarios. Lo que en principio podría ser considerado como un
avance en la relación ciencia/sociedad, la realidad dice que lo que ha ocurrido
es una privatización del conocimiento, y esto sí es un problema. El problema
que se ve con mayor dolo en la industria farmacéutica, donde el bienestar y la
salud de la población son secundarios a los intereses del inversionista para
obtener los mayores beneficios posibles. El conocimiento es un producto de
valor para el mercado -de uso privado y opuesto al bien común- que altera el
objetivo del trabajo científico. El conocimiento avanza no como una respuesta a
preguntas fundamentales, sino como una mercancía de una economía capitalista,
donde el producto del trabajo científico se enajena al mejor postor. En
abstracto esto podría no presentar mayores inconvenientes si no fuera porque lo
intereses económicos han mostrado una indiferencia extraordinaria al
sufrimiento humano y a la justicia social. Los intereses económicos se han
posicionado como la nueva forma de brutalidad y como la estructura de
dominación, esto a costa de la dignidad y sumisión de los marginados. La iniciativa
humana, manifestada en el quehacer científico, está siendo absorbida por la
ética social del mercado. La identidad de nuestra sociedad se forja en torno a
los hábitos de consumo, y eso amenaza robar lo que antes era la esencia de la
ciencia. ¿Habremos vendido su alma al diablo?
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