La acusación más frecuente que se nos hace a los naturistas es que somos exhibicionistas. No lo voy a negar, es verdad. Aunque no puedo hablar por todos, lo voy a admitir: soy exhibicionista. Pero no por los motivos que la gente suele asumir.
Voy a traer a la memoria un
evento de hace unos años: la visita del presidente de Irán, Hassan Rouhani, a
Italia en enero de 2016. Durante esa visita oficial, las autoridades italianas
decidieron cubrir varias estatuas desnudas en los Museos Capitolinos de Roma
con paneles de madera blanca. Ahora me pregunto, ¿a quién se había censurado?
¿A las estatuas de piedra? ¿O a la obra del artista?
Siendo la censura el intento de
controlar expresiones o ideas, es imposible que se esté censurando a la piedra.
A quien se censuró fue al artista creador de esas obras. Ahora, yo creo que soy
obra de Dios. Yo no me creé a mí mismo. Cuando cubro mi cuerpo, ya sea con
hojas de higuera, pieles de animales, algodón, lana, lino o lycra, con la
intención de que no se vean ciertas partes de él, ciertamente estoy ocultando
algo. Pero eso que he ocultado no fue creado por mí. Fue creado por Dios, así
que la censura no es para mí.
Se ha hecho de la palabra
“exhibicionismo” un término peyorativo. Así es nuestra cultura: es fácil
señalar negativamente lo que se sale de sus normas. Sin embargo, nuestra
cultura no ve la viga que tiene clavada en el ojo, porque no la quiere ver. No
existe palabra peyorativa alguna para señalar a quienes ocultan, a quienes no
se muestran. Al contrario, las palabras que se les suelen aplicar suenan como
de alta estima: discreto, moderado, pudoroso, modesto, entre otras.
Pero, como bien decía Pablo en su
carta a los Colosenses: "Tales cosas tienen, a la verdad, cierta reputación
de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero
no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne" (Colosenses 2:23).
Lo que Pablo estaba criticando es que las apariencias externas no son
necesariamente un reflejo de la pureza interior. Del mismo modo, cubrir el
cuerpo puede parecer sabio o virtuoso a los ojos de la sociedad, pero en
realidad es simplemente una forma de satisfacer las expectativas culturales.
¿Son acaso los indios amazónicos “exhibicionistas”?
Estos pueblos originarios viven
en comunión con la naturaleza, sin complejos ni tabúes asociados a la desnudez,
como si el cuerpo fuera algo intrínsecamente vergonzoso. Ellos no se cubren por
razones de pudor ni de vergüenza, simplemente porque no lo consideran
necesario. Para ellos, el cuerpo no es un objeto de deseo o de censura, es
simplemente una parte de lo que son. Y, sin embargo, en nuestra cultura
occidental, se les podría etiquetar erróneamente como “exhibicionistas”
simplemente porque no siguen las normas impuestas por una sociedad que ha
aprendido a ver el cuerpo humano como algo que debe ser ocultado.
El verdadero debate, entonces, no
es sobre la desnudez o el exhibicionismo en sí mismo, sino sobre la carga
cultural que le atribuimos. ¿Por qué se glorifica a quien oculta y se desprecia
a quien se muestra? Es un claro reflejo de nuestras contradicciones sociales.
Lo que para algunos es natural y libre de connotaciones negativas, para otros
es motivo de escándalo. Y esa discrepancia no habla tanto de los
"exhibicionistas", sino de los miedos y prejuicios de quienes
observan.
Al final, lo que se censura no es
el cuerpo, sino nuestra capacidad para aceptar lo que somos en esencia, sin
filtros impuestos. La verdadera liberación no viene de cubrirnos o descubrirnos,
sino de cuestionar por qué sentimos la necesidad de hacer cualquiera de las dos
cosas. Exhibirse, en este contexto, no es una provocación, sino una
reafirmación de que no hay nada de lo que debamos avergonzarnos. Es un
recordatorio de que somos obras de una creación superior, y que ninguna
construcción cultural debería hacernos sentir que debemos ocultarlo.
Y créeme, no hay ningún
placer sexual en “exhibirse” de esta manera. El naturismo no tiene que
ver con el deseo ni con la búsqueda de gratificación sexual; es una filosofía
que busca la armonía con el cuerpo y la naturaleza. El naturista no se expone
para provocar ni para obtener una reacción erótica. Al contrario, en un entorno
naturista, el cuerpo pierde esa connotación sexualizada que nuestra cultura le
ha asignado. El cuerpo simplemente es, una parte más de la
persona, sin esa carga de erotismo que solemos asociar a la desnudez.
Este camino hacia la aceptación
del cuerpo natural no solo requiere valentía para enfrentarse a los juicios
ajenos, sino también para deconstruir las creencias profundamente arraigadas
que nos han sido inculcadas. ¿Qué es más valiente, entonces, exhibir o ocultar?
¿Qué es más genuino? Tal vez, la verdadera virtud está en ser capaz de ver el
cuerpo, no como un objeto de deseo o de vergüenza, sino como una expresión de
nuestra esencia más pura.
Pero nuestros prejuicios son
poderosos. No basta con que se nos señale el error. Nuestros sesgos cognitivos
harán todo lo posible por racionalizar cuando somos confrontados con argumentos
que desafían nuestras creencias más arraigadas. Para esto, crearemos
contraargumentos que dirán que la desnudez pública es "indecente",
"inmoral" o "inapropiada", que quienes se muestran así lo
hacen por motivos impuros o por un deseo de atención desmedida. Incluso
llegaremos a decir que lo hacemos por "protección" de las normas
sociales, para preservar el orden y la "moralidad".
Sin embargo, estos
contraargumentos no son más que defensas emocionales disfrazadas de lógica. La
verdad es que lo que realmente se está protegiendo es nuestra incomodidad, ese
sentimiento profundo de vergüenza y miedo que hemos interiorizado desde niños.
Hemos sido enseñados a ver el cuerpo desnudo como algo inherentemente sexual,
cuando en realidad, como en el contexto naturista, no hay nada de eso. Pero el
peso de las enseñanzas sociales es fuerte, y preferimos justificar nuestras
reacciones con explicaciones superficiales antes que enfrentarnos a la
posibilidad de que, tal vez, nuestras ideas sobre la desnudez no estén basadas
en la verdad, sino en condicionamientos culturales.
Dirán que la desnudez “corrompe”
la moral pública, cuando en realidad no hay evidencia que respalde esa
afirmación. Lo que sí corrompe es la forma en que hemos aprendido a sexualizar
el cuerpo humano en cada contexto posible, al punto que nos es difícil verlo de
otra manera. Creemos que ver la piel desnuda de otro automáticamente genera
deseo, cuando en realidad, en entornos donde la desnudez es normal, como en
playas o campamentos naturistas, ese efecto desaparece casi por completo. El
cuerpo se convierte en lo que realmente es: una parte de nuestra existencia
física, no un símbolo de deseo o provocación.
Dirán también que el naturismo es
un acto egoísta, que al mostrarnos sin ropa estamos obligando a los demás a ver
algo que no desean ver. Pero aquí es donde entra en juego la verdadera
confrontación: ¿realmente es un problema de los naturistas o es un problema de
quienes no pueden lidiar con su propia incomodidad ante lo natural? Lo que
muchas veces se pasa por alto es que esa incomodidad no viene de lo que ven,
sino de lo que sienten. Es un reflejo de las tensiones
internas entre lo que nos han enseñado a creer y lo que en el fondo sabemos que
no es perjudicial.
Por eso, cuando se nos acusa de
exhibicionistas, no se está hablando de lo que nosotros hacemos, sino de la
manera en que los demás nos perciben a través de su propio filtro cultural y
emocional. La palabra "exhibicionismo" en sí misma es una
construcción cargada de juicio moral, y quienes la utilizan para describir el
naturismo están proyectando su propio malestar hacia algo que no entienden o
que simplemente no se ajusta a lo que consideran "normal".
Nuestros sesgos también nos hacen
creer que el ocultar el cuerpo es un signo de "civilización", cuando
en realidad, muchas culturas indígenas que han vivido durante milenios en
armonía con la naturaleza no ven la desnudez como algo que debe ser escondido o
reprimido. Para ellos, el cuerpo desnudo es tan natural como un árbol o una
montaña. Pero nuestro sesgo etnocéntrico nos lleva a pensar que nuestra forma
de ver el mundo es la correcta, y todo lo que se aleje de ella debe ser
censurado o corregido.
En última instancia, estos sesgos
son una barrera que nos impide ver más allá de nuestras construcciones
culturales. Nos aferramos a ellos porque nos brindan una sensación de seguridad
y orden, aunque ese orden esté basado en premisas falsas. Enfrentar nuestros
prejuicios requiere valentía, porque significa cuestionar no solo lo que nos
han enseñado, sino también quiénes somos y cómo nos relacionamos con los demás.
La desnudez, en el naturismo, no
es un acto de rebelión ni de desafío, sino una forma de regresar a lo esencial,
a lo que somos sin las capas de condicionamiento social. El hecho de que nos
sintamos tan incómodos al respecto dice más sobre nosotros como sociedad que
sobre quienes practican el naturismo. Tal vez, en lugar de preguntarnos por qué
algunos eligen mostrarse desnudos, deberíamos preguntarnos por qué nosotros
sentimos la necesidad de ocultar tanto.
La próxima vez que surja el
argumento del "exhibicionismo", tal vez deberíamos preguntarnos: ¿Qué
es lo que realmente nos molesta? ¿Es la simple visión del cuerpo desnudo o es
el hecho de que desafía nuestras ideas preconcebidas sobre la moralidad, la
decencia y el control? Tal vez la verdadera cuestión no sea quién se muestra,
sino qué estamos tratando de proteger al mantenernos cubiertos.
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